En la medicina la anamnesis ha quedado relegada. La anamnesis, “información proporcionada por el enfermo al médico o enfermera durante la entrevista clínica con el propósito de integrar la historia clínica”, era, ya no lo es, la piedra angular de la profesión. La tecnología, el desapego médico por materias como ética y filosofía y el desapego por el alma del enfermo son las razones subyacentes para entender el fin de la anamnesis.
El enfermo como tal no ha cambiado. Lo que ha cambiado son las relaciones entre las personas, su desinterés por la vida de los otros y lo que llamaré la “epidemia de despersonalización,” debida a las crecientes ofertas de la parafernalia tecnológica dedicada a la comunicación (o a la incomunicación): celulares, Facebook, Twitter, etcétera. Repito: el enfermo como tal no ha cambiado: sufrimiento, dolor, temor e incertidumbre eran y son las quejas fundamentales de las personas que acuden en busca de ayuda médica.
René Spitz (1887-1974), fue un psicoanalista de origen judío. Nació en Viena, vivió su niñez en Hungría y en 1939 emigró a Estados Unidos. Dedicó gran parte de su vida al estudio del desarrollo infantil; algunas de sus contribuciones más sobresalientes, provienen de las investigaciones sobre la relación entre madre e hijos y los efectos negativos de la carencia del amor materno sobre sus vástagos. Las observaciones de Spitz subrayan, en bebés e infantes, la trascendencia del afecto en la salud. Sus hallazgos enfatizan la importancia de la relación médico, enfermera/o paciente. Comparto dos de sus descubrimientos.
En la década de 1940, Spitz pasó algún tiempo en un hospital con el fin de cuidar bebés que habían quedado huérfanos durante la guerra. Con gran acuciosidad observó que los que sobrevivían más y con menos lastres, eran los que estaban más cerca de la central de enfermería; la cercanía devenía más atención y cuidado, tanto física como verbal (caricias, palabras). Sptiz concluyó que los bebés cercanos a la cuna “absorbían la voluntad de vivir”.
Años después, Sptiz comparó el desarrollo de bebés que vivían en hospicios y que carecían de contacto frecuente por el escaso número de enfermeras, con el de bebés que habían crecido al lado de su madre en instituciones carcelarias. Los bebés recluidos en hospicios, a pesar de recibir alimentación de calidad y cuidados higiénicos adecuados, al carecer de lazos afectivos padecían más enfermedades físicas y mermas mentales.
Las observaciones de Spitz siguen vigentes. La mayor parte de los enfermos (adultos) buscan médicos y enfermeras/os de carne y hueso, que escuchen, que hablen y acompañen. Buscan seres humanos, no aparatos humanizados. Los médicos y enfermeras/os, cuyo leitmotiv es la clínica, no desprecian la tecnología, en ocasiones imprescindible, muchas veces prescindible. Los enfermos sanan mejor cuando encuentran médicos y enfermeras/os que escuchan y se interesan por su infortunio.