sábado, 18 de enero de 2020

René Spitz: la necesidad del calor humano (o la necesidad de las palabras, o la ética del cuidado)

En la medicina la anamnesis ha quedado relegada. La anamnesis, “información proporcionada por el enfermo al médico o enfermera durante la entrevista clínica con el propósito de integrar la historia clínica”, era, ya no lo es, la piedra angular de la profesión. La tecnología, el desapego médico por materias como ética y filosofía y el desapego por el alma del enfermo son las razones subyacentes para entender el fin de la anamnesis.

El enfermo como tal no ha cambiado. Lo que ha cambiado son las relaciones entre las personas, su desinterés por la vida de los otros y lo que llamaré la “epidemia de despersonalización,” debida a las crecientes ofertas de la parafernalia tecnológica dedicada a la comunicación (o a la incomunicación): celulares, Facebook, Twitter, etcétera. Repito: el enfermo como tal no ha cambiado: sufrimiento, dolor, temor e incertidumbre eran y son las quejas fundamentales de las personas que acuden en busca de ayuda médica.

René Spitz (1887-1974), fue un psicoanalista de origen judío. Nació en Viena, vivió su niñez en Hungría y en 1939 emigró a Estados Unidos. Dedicó gran parte de su vida al estudio del desarrollo infantil; algunas de sus contribuciones más sobresalientes, provienen de las investigaciones sobre la relación entre madre e hijos y los efectos negativos de la carencia del amor materno sobre sus vástagos. Las observaciones de Spitz subrayan, en bebés e infantes, la trascendencia del afecto en la salud.  Sus hallazgos enfatizan la importancia de la relación médico, enfermera/o paciente. Comparto dos de sus descubrimientos.

En la década de 1940, Spitz pasó algún tiempo en un hospital con el fin de cuidar bebés que habían quedado huérfanos durante la guerra. Con gran acuciosidad observó que los que sobrevivían más y con menos lastres, eran los que estaban más cerca de la central de enfermería; la cercanía devenía más atención y cuidado, tanto física como verbal (caricias, palabras). Sptiz concluyó que los bebés cercanos a la cuna “absorbían la voluntad de vivir”.

Años después, Sptiz comparó el desarrollo de bebés que vivían en hospicios y que carecían de contacto frecuente por el escaso número de enfermeras, con el de bebés que habían crecido al lado de su madre en instituciones carcelarias. Los bebés recluidos en hospicios, a pesar de recibir alimentación de calidad y cuidados higiénicos adecuados, al carecer de lazos afectivos padecían más enfermedades físicas y mermas mentales.

Las observaciones de Spitz siguen vigentes. La mayor parte de los enfermos (adultos) buscan médicos y enfermeras/os de carne y hueso, que escuchen, que hablen y acompañen. Buscan seres humanos, no aparatos humanizados. Los médicos y enfermeras/os, cuyo leitmotiv es la clínica, no desprecian la tecnología, en ocasiones imprescindible, muchas veces prescindible. Los enfermos sanan mejor cuando encuentran médicos y enfermeras/os que escuchan y se interesan por su infortunio.

Resiliencia y Enfermedad. Arnoldo Kraus

Los entrecruzamientos entre enfermedad y resiliencia son múltiples. No todos los enfermos, tras curar, se reinventan y convierten su mal en resiliencia. Quienes lo logran hacen escuela. Al cavilar y/o escribir sobre dolor, físico o anímico, resiliencia debería ser tema obligado. No sólo por el significado del concepto, sino por sus posibles implicaciones en el tratamiento de otros enfermos con afecciones similares.
No existe ni existirá una Escuela del dolor ya que cada enfermo padece y vive su mal de acuerdo a su historia y a los instrumentos con los que cuenta para combatirlo“No hay enfermedades, hay enfermos”, enseñaban los viejos maestros que apreciaban más la clínica que el laboratorio. Tenían razón: cada persona vive su mal como vive su vida.
A pesar de las dificultades para construir una Escuela del dolor, la idea es válida: Las personas resilientes, y dentro de ese grupo los enfermos, sobre todo quienes padecen males crónicos o estuvieron al “borde de la muerte”, son maestros. Generan, sin percatarse, sin proponérselo, una cierta maestría. Después de haber vencido sus peripecias negativas, y tras haber confrontado temores y angustias, crean una serie de habilidades que les permiten mirar desde otros ángulos y hablar desde otro lugar. Los enfermos resilientes transforman esas habilidades en virtudes.
Resiliencia proviene del latín resilio, y significa volver atrás, rebotar, volver de un salto, resaltar. Múltiples son las definiciones de resiliencia; destaca, por sencilla, “Capacidad del ser humano para hacer frente a las adversidades de la vida, superarlas y ser transformado positivamente por ellas”, a lo que agrego, “…y tener la capacidad de transformar las experiencias negativas en circunstancias positivas”. En su última edición, la Real Academia de la Lengua Española ha incluido resiliencia en su diccionario: “Capacidad humana de asumir con flexibilidad situaciones límite y sobreponerse a ellas”.
Las personas resilientes “hacen de lo malo algo bueno”, y enseñan con su ejemplo, con su forma de afrontar tropiezos y confrontar bretes. Extraen de las desgracias una cierta sabiduría, cuya simiente nace de la propia experiencia. La resiliencia no se enseña, se aprende al observar las respuestas de personas en condiciones similares frente a agravios, amenazas, pérdidas. Pobreza extrema, víctimas de maltrato físico o psíquico, prisioneros de campos de concentración, víctimas de catástrofes naturales y de genocidios, abandono afectivo o la pérdida súbita de un ser querido, son, de acuerdo a los estudiosos de la resiliencia, condiciones predisponentes. Las enfermedades deben incluirse en ese grupo.
Algunos enfermos, tras sobrepasar adversidades físicas o anímicas —ignoro el porcentaje, no existen estudios al respecto—, se convierten en portadores de mensajes positivos. Debería aprovecharse la experiencia y “ese modo de ser” de enfermos resilientes. Algunos hospitales cuentan con clínicas de autoayuda donde se comparten vivencias y se ofrece apoyo. La voz de un enfermo, escuchada por otros enfermos, transmite mensajes provenientes desde la experiencia íntima: sus notas y tonos son distintos. Quienes han recorrido la senda de la enfermedad siembran empatía, apoyo y comprensión y sirven como modelo para quienes inician su periplo.
Boris Cyrulnik (Francia, 1937), pionero en el campo de la resiliencia, y referencia obligada, sufrió desde la infancia, por ser judío, atropellos propios de la Ocupación nazi. De acuerdo a sus estudios —es neurólogo, psiquiatra, etólogo—, la resiliencia permite a las personas renacer después del sufrimiento. Quienes renacen, llevan en su equipaje de viaje, en su expediente clínico, en su bagaje de vida y de enfermedad, una serie de informes y recetas llenas de experiencias propias, con frecuencia, transferibles: los dolores comunes, cuando se comparten, si bien no se curan, se comprenden desde la perspectiva de la experiencia del otro, cuya experiencia, siguiendo a Cyrulnik, permite tejer a cuatro manos.
Algunos enfermos renacen cuando sanan y otros modifican porciones de su ser tras vencer la enfermedad. Esos enfermos se convierten en maestros por ser resilientes. Sus expectativas y miradas difieren de quienes no han sido víctimas de patologías. Escucharlos puede ser gratificante. Enseñan mucho. Las personas resilientes, en este caso los enfermos, tienen la virtud de aceptar la realidad impuesta por la enfermedad. Tienen, o generan, la capacidad de encontrarle, pese a las pérdidas, sentido a la vida, y durante el camino impuesto por la patología forjan una inquebrantable fuerza que les permite mejorar. De ahí, que sea infrecuente escuchar en enfermos resilientes quejas con respecto a su situación o a su destino. No suelen preguntar, “¿por qué yo?”, “¿qué hice para merecer este castigo?”.
El enfermo resiliente que sana, sobre todo cuando la enfermedad fue grave y prolongada, renace, contagia y hace del dolor escuela. Cuando esa sabiduría se comparte con otras personas afectadas por procesos similares, contribuye a mejorar el estado general del enfermo. Las/os profesionales de la salud deberían contar con el apoyo de pacientes resilientes dispuestos a dialogar con nuevos enfermos. Su experiencia, y su forma de mirar la vida, los dota, además, de una dosis sui géneris de ética: saben colocarse en el lugar del otro y entienden que las patologías se confrontan mejor cuando la ética dicta el tratamiento de la enfermedad. Esa terapia empática y compasiva, de igual a igual, es fundamental para las/os profesionales de la salud interesados en el concepto Escuela del dolor. No concluyo. Pensar en el triángulo resiliencia, empatía y ética es necesario.

Acompañar. Arnoldo Kraus

En una vieja libreta, de las que usaba cuando estudiante, encontré un cúmulo de notas, tachadas la mayoría, subrayadas con amarillo, como antes se hacía, “las buenas”. Unas las atesoro por ser los enfermos quienes hablan. Otras, por contener ideas inteligentes de mis maestros. Con el paso del tiempo aprecio mucho, con otra mirada, las voces de los enfermos y las enseñanzas de los tutores.

La mirada y la voz de quienes miran y hablan a partir de la enfermedad difiere: una radiografía inédita penetra y recorre las vivencias del cuerpo sano y finaliza en las mermas del cuerpo alterado. Las nuevas radiografías requieren dos lecturas: la del médico y la de los allegados. Cada una acompaña desde otra perspectiva: la del diagnóstico —metástasis pulmonar— y la del núcleo cercano: ¿cómo te ayudamos? Acompañar es la palabra.
Acompañar, en el mundo líquido, de Zygmunt Bauman, y de la efímera cotidianeidad, en los tiempos donde inmediatez y rapidez dominan, sigue siendo figura primordial. Poco se escribe en los textos de ética médica acerca de la necesidad de acompañar. Acompañar no es piedra angular de esa disciplina. Debería serlo.
Henry Marsh, en Ante todo no hagas daño (Salamandra, 2016) narra, con agallas y trasparencia dignas de elogio, su travesía por el difícil mundo de la neurocirugía. Tras dialogar con una madre cuyo hijo, Darren, recién había fallecido y a quien había operado años atrás, Marsh cavila en lo que él sufriría si fuese su vástago el enfermo. Escribe:
“Yo subí hacia la sala de pacientes. En las escaleras, me encontré con uno de mis residentes”.
—Acabo de ver a la madre de Darren –le dije-. Ha sido bastante triste.
—Hubo un montón de problemas cuando su hijo se estaba muriendo en la Unidad de Cuidados Intensivos —explicó—. Ella no nos permitía desconectar el equipo de ventilación asistida aunque el chico estuviera clínicamente muerto. A mí no me suponía ningún problema, pero durante el fin de semana la cosa se complicó. Algunos miembros del personal de Anestesia y varias enfermeras se negaron a cuidar de él, puesto que había entrado en muerte cerebral…
—Madre mía… -exclamé”.
(Comparto el diálogo de Marsh por la conducta del personal de salud. No atender, y/o acompañar a un enfermo debe ser la excepción. Casos extremos, objeción de conciencia, o no participar en tratamientos inútiles podrían ser la excepción).
En mis viejas libretas encontré unas líneas extraídas de los dictados de un profesor acerca de los objetivos de la medicina. Tres son las metas decía el maestro (cada escuela y cada profesional de la salud, supongo, fijan las suyas). Transcribo la número dos: Curar, o cuando no se pueda curar, aliviar y siempre acompañar y consolar al enfermo.
En la misma libreta releí algunas notas de enfermos. Esos escritos reproducen su sentir. Ignoro si cometo plagio al intervenirlas:
• Mi enfermedad ha cerrado el libro de mi vida. La familia, a mi lado, me acompaña: Podré llegar al punto final con menos dolor.
• Lo sé. No puedo ignorarlo. Me lo han dicho mis doctores. Mi compañera y mis dos hijas escucharon. He iniciado el camino hacia la inexistencia. Doctores que no temen acercarse, y familia que habla conmigo acerca de mi muerte son un regalo de la vida.
• Con la enfermedad uno cae; mientras pasan los días, se cae más abajo. No hay límite. Después del fondo hay otro fondo. He escrito algunas líneas sobre la ausencia del fondo:
       “Escribir con la sangre cura”,
       “Vivo de los recuerdos de un pasado enterrado”,
       “Engañaré a la muerte: las palabras escritas la detendrán un tiempo”.
Mi doctor leyó algunas líneas. “Los viejos maestros decían que los enfermos son los verdaderos maestros”. Tenía razón.  
Acompañar. Magnífica palabra. Copió dos definiciones del Diccionario de la lengua española: 1. Dicho de una cosa: Existir junto a una cosa o simultáneamente con ella.  2. Participar en los sentimientos de alguien. Acompañar en nuestro mundo líquido es infrecuente. Hacerlo beneficia, tanto al recipiendario como a quien lo hace. Acompañar debería ser figura ética.
Camus tenía razón. En La peste, abunda sobre el sufrimiento y sus lecciones:
—Doctor, ¿quién le enseñó todo eso?
La respuesta llegó pronto:
—El sufrimiento.
Acompañar. Magnífica palabra.

martes, 14 de enero de 2020

Salud y pobreza: Binomio inseparable. Arnoldo Kraus

Tengo la manía de guardar artículos. Todos son prediluvianos: son fotocopias, ordenadas por temas, en folders, con notas en la ceja: PobrezaLiteratura y enfermedadÉtica médicaCorrupción, etcétera. Los nativos de internet no conocen esa manía: es antiecológica, ocupa espacio, almacena polvo y ordenar los textos requiere tiempo. Sin embargo, hojear esos artículos me gusta y me sirve. Este artículo proviene de esa costumbre: entrelazo viejos textos sobre pobreza y salud y los comparto en un listado. Los avatares expuestos son interdependientes. Todos deben resolverse. De no ser así, la pobreza seguirá mermando la salud y viceversa.

1. La pobreza, de acuerdo a conceptos sociológicos, no se mide por la capacidad de consumo sino por la participación social.

2. La pobreza excluye a las personas del torrente de la vida, disminuye su participación social y las aísla de bienes como la salud.
3. Múltiples estudios han demostrado que la pobreza disminuye la salud de las personas, de la sociedad y de las naciones.
4. Un viejo estudio, The Black Report (1980), llevado a cabo en Inglaterra, comparó la mortalidad entre 1931 y 1981 entre diversas clases económicas. Señaló, entre otro factores: a) Las diferencias en clases sociales son determinantes: mueren antes los que menos tienen; b) las diferencias en clases sociales empobrecen la salud; c) las diferencias en clases aumentaron a través de los años; d) el informe contrastó la mortalidad entre individuos no calificados, entre parcialmente entrenados y personas con carreras universitarias. Las diferencias fueron significativas: vivían más años los mejor calificados.
5. En las naciones pobres, “países en vías de desarrollo”, el incremento poblacional, la degradación ambiental y la distribución inequitativa de recursos profundizan la pobreza de sus habitantes.
6. En los países pobres los diferentes roles de los sexos definidos, entre otros factores, por la aportación de dinero, contribuye a determinar el estado nutricional de los infantes: es mejor cuando es la madre la que aporta el dinero —estudios efectuados en Guatemala.
7. En Perú la mortalidad en infantes es siete veces menor en los hijos de madres que estudiaron siete o más años en comparación con las que no acudieron a la escuela. Un ejemplo dramático: las primeras saben utilizar la rehidratación oral para tratar las diarreas; las no educadas no lo hacen adecuadamente.
8. Los países pobres se encuentran inmersos en la llamada “trampa demográfica”: en países en vías de desarrollo el incremento en la tasa de crecimiento poblacional se debe al aumento en la natalidad (tasa de nacimientos) y a la disminución en el número de fallecimientos (tasa de mortalidad). En esa trampa los pobres padecen y mueren por enfermedades de la pobreza —desnutrición, diarreas y neumonías en infantes—, mientras que las clases económicas solventes padecen y fallecen por patologías propias de la edad y de la riqueza —infartos al miocardio, cánceres, enfermedades renales crónicas, accidentes automovilísticos.
9. La “trampa demográfica” empeora la situación de las clases desprotegidas ya que el Estado eroga grandes cantidades de dinero para el tratamiento de neoplasias malignas, diálisis, etcétera.
10. Cuando se creó el término “trampa demográfica” no se incluyeron a los muertos derivados por el narcotráfico. La mayoría de las personas que fallecen en actividades vinculadas con el narcotráfico proceden de estratos socioeconómicos bajos.
11. Un estudio, similar al Black Report, también efectuado en Inglaterra, demostró que la mortalidad en porteros era tres veces mayor que en administradores.
12. En Estados Unidos, a finales del siglo pasado, se evidenció que los factores de riesgo conocidos para la salud, como tabaquismo, obesidad, hipertensión arterial y niveles altos de colesterol, explican un incremento de la mortalidad en 30% de los casos. La pobreza es la responsable del 70% restante.
13. Fatal corolario son los denominados gastos catastróficos en salud, es decir, el dinero invertido para tratar a un enfermo. Éstos pueden representar entre 30% y 50% de la capacidad de pago de la familia. Los gastos catastróficos producen el empobrecimiento de la familia por motivos de salud y/o el desaliento de la utilización de los servicios médicos por causas económicas. Las clases pobres erogan inmensas cantidades de dinero para tratar a sus enfermos.
Los 13 puntos son, entre muchos otros, una fotografía de lo que sucede cuando impera la pobreza. En esas circunstancias la salud se convierte en lujo y entelequia. En nuestro país una de cada dos personas, o quizás un poco más, se encuentran atrapados en la “trampa México”. Esa trampa es responsabilidad de nuestros políticos. Es una pena que nuestros políticos no conserven, ya no digo lean o estudien, sus viejos artículos.

lunes, 13 de enero de 2020

Justicia social y salud. Arnoldo Kraus

Los vínculos y la interdependencia entre justicia social y salud son absolutos. Ávidas por cuidar al mundo, nuestras organizaciones, Naciones Unidas y la Organización Mundial de la Salud han calendarizado el Día Mundial de la Justicia Social y el Día Mundial de la Salud. Aunque (creo) los 365 días del año ya tienen “su día mundial de…”, faltaría uno dedicado a sumar el Día Mundial de la Justicia Social con el de la Salud.

Dos binomios: No hay salud sin justicia social; no hay justicia social sin salud. Los sociólogos deben saber qué es primero: ¿la injusticia que debilita y enferma a las personas, o las enfermedades que merman la salud por falta de recursos e impiden  a los afectados costear y reponerse de sus males? Además, sin salud ni justicia social no es posible acceder a una vida digna.

En sus reflexiones sobre bienestar y justicia social, Amartya Sen, Premio Nobel de Economía de 1998, afirma, “… no se trata sólo de determinar lo que posee o no la población sino cuán capaces son las personas de ‘conducir su propia vida”. Sin justicia social ni salud, imposible tomar las riendas de la vida y decidir. Más de la mitad población en México es víctima de injusticia social y “buena parte” no cuenta con salud apropiada; para ellos, insertarse en el torrente de la vida es mera entelequia.

Tres conceptos merecen discutirse:
1. La justicia social se ocupa del bienestar del ser humano. Sin ella no hay bienestar. Sin bienestar, imposible crecer.
2. La pobreza perpetúa las enfermedades. No se trata, de acuerdo a los eticistas Beauchamp y Childress, del derecho al cuidado de la salud, sino del derecho a la salud.
3. Existe otro círculo perverso. La falta de educación incrementa pobreza y enfermedades y, ambas, dificultan la educación.

Los puntos previos son “urgencias éticas”. Confrontarlas y sanearlas es imprescindible. Me repito con frecuencia. Lo hago de nuevo. Los frutos del conocimiento deben vincularse con la impartición de justicia. De no ser así, la distancia entre quienes lo usufructúan y quienes viven marginados de los bienes del conocimiento, aumenta. Con los años, otra vez nuestra nación como pésimo ejemplo, la brecha entre hunos hotros, como escribió Miguel de Unamuno, se amplía. Conozco, al igual que el lector, las respuestas a las preguntas previas. En nuestro caso, el Estado mexicano es el responsable de mitigar, si no de resolver, la falta de justicia. No lo harán: no lo desean, no saben cómo, no quieren. Miguel de Unamuno acuñó la idea, ni lo huno, ni lo hotro para hablar del “…suicidio moral de España… Entre los unos y los otros –o mejor los hunos y los hotros- están ensangrentando, desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo a España”. En México abundan los hunos y los hotros: tanta injusticia social y tanta pobreza lo demuestran.

Salud en México. Ética y política. El México de nuestros políticos. Arnoldo Kraus


Unas breves reflexiones en medio de la asonada y el ruido mediático de los hacedores políticos en vista de las próximas elecciones y del infame desaseo de la nación, herencia y presente de los mismos hacedores que aseguran:  “nosotros sí (seguiremos robando)”; “acabaremos con la corrupción (menos las que nos convenga”; “alto a la impunidad (salvo la que cometan mis compinches)”; “cárcel para políticos ladrones y corruptos (menos la que sepan de mí o de mi familia”). Unas breves reflexiones sobre la manida relación entre pobreza y salud. Regreso al tema porque hay que regresar: cincuenta o más millones de pobres productos de la ineficacia del trío PRI/PAN/PRD y anexas (por ahora es imposible culpar a Morena), si siguen perviviendo en la situación actual tienen asegurado su futuro: cada vez serán más pobres y su vida más insalubre.

Enlisto y comparto algunas ideas. Nuestros jerarcas, supongo, las conocen. De alguna o muchas formas, se vinculan con el eje central del blog: si no se aplican principios éticos mínimos, México continuará su camino hacia el precipicio:

1. En su libro, Health and Human Rights, Jonathan M. Mann y colaboradores demuestran que cuando los derechos humanos son violentados, tanto la salud de la población como su acceso, padecen.

2. Mann tiene razón: cuando los derechos humanos son mancillados, las personas son atropelladas y excluidas. Sin acceso a la salud el problema se reproduce en forma geométrica.

3. Aunque no se considere así, aventuro la siguiente idea (aguardo respuestas en contra): la pobreza per se incluye una dosis inmensa de violencia contra los derechos humanos. Quien no puede acceder a educación, paz, vivienda digna, y salud por pobreza no puede desarrollarse. Esa imposibilidad erosiona los derechos humanos.

4. En México, la pobreza de cincuenta millones de connacionales no es gratuita, La han hecho, la hacen, la harán los políticos que ahora mismo se ofertan en la radio para salvar al país si triunfan en las próximas elecciones.

5. Me gusta citara Hilary Putnam: “la pobreza es algo que la gente le hace a la gente” (a su vez citado por Mark Platts).

6. Abundo en relación al punto previo: desde la sociología, la pobreza se mide no por la capacidad de consumo sino por la participación social. Los pobres quedan excluidos del torrente de la vida.

7. Incontables estudios han demostrado una relación directa entre pobreza y mortalidad temprana (pido disculpas: en El Universal  recientemente publiqué un par de artículos al respecto —Malnutrición en México, enero 28, 2018—, y, México en números, enero, 21, 2018. 

8. El narcotráfico en México capta a jóvenes pobres sin esperanza. La mayoría de los muertos debido a la narcoviolencia en México provienen de clases pobres. Las herencias familiares de ese tipo de violencia nunca terminan. Afectan la salud familiar.

Las ideas previas deben pensarse y repensarse. No hay país digno cuando debido a la pobreza los servicios de salud que se ofrecen son indignos. Para muestra un pequeño botón. ¿Cuántos políticos se atienden en el Seguro Popular? Ni siquiera lo hace la familia de Felipe Calderón, quien consideró a esa institución como una de las joyas de su mandato.

miércoles, 8 de enero de 2020

Ética médica: ¿Cómo se aprende? (II) Arnoldo Kraus

“Debo ser la única persona que le cae mal a la muerte”, comentó Ovidio González Correa, zapatero colombiano de 79 años, víctima de un cáncer que deformó su rostro y produjo dolor (y seguramente indignidad). A partir del 20 de abril la eutanasia activa es legal en Colombia; al lado de Holanda, Luxemburgo y Bélgica, el país latinoamericano es el cuarto en reglamentar la muerte digna.
Por torpezas incomprensibles Ovidio tuvo que aguardar. La eutanasia activa fue cancelada quince minutos antes de llevarse a cabo por desacuerdo entre los médicos; días después, los mismos recapitularon y coincidieron en que Ovidio reunía todos los requisitos exigidos por la ley para autorizar la eutanasia activa. En resumen: padecer cáncer terminal, contar con condiciones psíquicas adecuadas y ser el enfermo quien solicita el procedimiento, amén de que el grupo médico apruebe y ratifique la decisión.
A Ovidio se le diagnosticó cáncer bucal en 2010. Se sometió a radioterapia y quimioterapia durante cinco años; debido al tumor perdió parte de los huesos del lado izquierdo de la cara. En 2015, el cáncer se reactivó. “Quiero la eutanasia, yo sé para dónde voy y no quiero ser un guiñapo en la cama”, le dijo Ovidio a uno de sus hijos.
Colombia y Ovidio son motivo de reflexión. Sirvan las líneas previas para cavilar, por medio de un caso clínico, acerca de la eutanasia activa.
N tiene 65 años. En 2012 se le diagnosticó cáncer de colon. Fue sometido a cirugía y posteriormente a quimioterapia por presentar metástasis a hígado. Meses después de haber padecido los efectos indeseables de la quimioterapia N se recuperó.
Filósofo de profesión, regresó a dar clases a la Universidad y continuó corrigiendo las tesis de sus alumnos. Dos años después del diagnóstico se quejó de dolores óseos. Los exámenes demostraron metástasis a huesos y sistema nervioso central.
N decidió no someterse a ningún nuevo tratamiento. Para él las desventajas eran mayores que los posibles beneficios. Consciente de que no le quedaba mucho tiempo de vida, se reunió con su médico y le solicitó ayuda para morir antes de que él fuese incapaz de tomar la decisión por su propia cuenta. Le explicó a su doctor que sólo quería contar con unas semanas más para despedirse de todas las personas que él apreciaba, así como ordenar sus papeles. Su temor era que las metástasis cerebrales le impidiesen llevar a cabo sus decisiones.
Cuando recibió la noticia de las metástasis N recordó el final de su primera esposa; víctima de cáncer diseminado, incapacitada para moverse y decidir qué hacer, pasó los últimos cuatro meses de vida en cama, sujeta, incluso para los menesteres más sencillos, a todo tipo de ayuda. Su mujer, profundamente religiosa, solicitó ayuda para morir; su(s) sacerdote(s), hicieron que desistiese.
Cumplidos sus propósitos, N recibió ayuda y falleció en paz, al lado de amigos y familiares.
N, filósofo, y Ovidio, zapatero, compartían visiones similares sobre la vida y la muerte. Ambos consideraron que continuar perviviendo carecía de sentido. N, reconocido filósofo, me comentó, “mi vida ha sido plena; ha prevalecido, valga la expresión, la felicidad. Hago mía la idea, creo que fue Ramón Sampedro quien lo dijo, ‘la vida no es una obligación, es un derecho’”.
personas
Ovidio —quien lo desee puede buscar imágenes y opiniones acerca de él en Internet— parece haber sido un hombre dichoso, un hombre trabajador y exitoso. Leo en Internet: “Mi padre fue un hombre de izquierda, de ideas liberales… Aunque sólo estudió hasta tercero de primaria, siempre fue un gran lector… A Pereira (ciudad colombiana), recuerda su hijo, Ovidio llegó con sus padres y hermanos y algunos sobrinos y a todos los sacó adelante… Fue empresario. Montó una fábrica de calzado… Le dio educación a sus cuatro hijos: Administrador ambiental, caricaturista —‘Matador’ es su apelativo—, filósofo e ingeniero mecánico son sus profesiones… Cuando le retiraron el paladar se mudó a una pequeña finca. Ahí estuvo muy activo. Ordeñaba vacas, alimentaba gallinas y cuidaba chivos. Montaba caballo y en sus recorridos lo acompañaban los tres perros que recogió en la calle”.
Comparto algunas preguntas sobre ambas historias:
1. ¿Fue correcto o incorrecto aplicar eutanasia activa?
2. ¿Usted hubiese ayudado a sedar y precipitar la muerte en N y en Ovidio?
3. ¿Deben las/os profesionales de la salud recibir información cuando estudian sobre eutanasia?
4. ¿Ha hablado con su médico de cabecera sobre el final de su vida?
5. ¿Piensa que a las/os profesionales de la salud les interesa el tema?
6. ¿Conoce el documento instrucciones (voluntades) anticipadas?
7. ¿Se puede hacer “algo” para zanjar las diferencias entre librepensadores y religiosos con respecto a la eutanasia?
Dedicada a fomentar y ahondar en los denominados valores humanos, la ética, en este caso la ética médica, expone problemas cruciales. Como el de N y el de Ovidio. Sobran preguntas, faltan respuestas. Los seis principios de la ética médica orientan: Autonomía, veracidad, no hacer daño, hacer el bien (beneficiencia), justicia, confidencialidad.